Por Clemente Gómez Grandoli
No quisiera haber estado en Malvinas siendo soldado.
Hice la colimba en el 78 en Olavarría, en un regimiento de
caballería. Allí supe y tuve que guardar silencio por lo que todos pueden
imaginar, que algunos oficiales y suboficiales hacían todo lo peor que puedan
imaginarse en una supuesta lucha "antisubversiva". Pero además conocí
de adentro al Ejército, una corporación de inútiles, resentidos, cobardes y
fracasados en distintos niveles y responsabilidades. Improvisados, que por
suerte, y gracias a la gestión de un Papa del que ni siquiera recuerdo el
nombre, no concretaron su ilusión bélica contra Chile.
En aquel regimiento, entre otras cosas, solían hambrearnos a
los "milicos" como nos denominaban, distrayendo el dinero destinado para
alimentarnos y los sueldos míseros que no recibíamos, sí así como les digo, nos
formaban en fila para cobrar y cuando llegábamos frente al pagador, nos decían
que firmáramos porque los habíamos "donado", para solventar sus campeonatos de equitación
y de polo. Y durante semanas nos tiraban incomibles guisos de soja, y si no
tenías algún mango para comprar un sanguche en la cantina, te cagabas de hambre
y lola….mento. Aprendí con ellos el arte de la simulación, del engaño y la
mentira, para sobrevivir. Estábamos mal vestidos, eramos maltratados y
sometidos a un salvaje sistema de “bailes” para disciplinarnos. La “instrucción”,
el período donde supuestamente nos enseñaban los rudimentos que después nos serviría
en un supuesto conflicto bélico, duró casi dos meses en campos de Amalita Lacroze
de Fortabat.
Durante el mismo, en carpas de campaña que armábamos de a
dos, primero “desmontamos” el terreno, sacamos las matas, limpiamos el terreno
y la mayor parte del tiempo fuimos juguetes para el divertimento de los zumbos
(suboficiales) que además de maltratarnos no nos enseñaron absolutamente nada
que pudiera servirnos para la guerra. Sólo disparamos dos veces, sí dos veces
como escuchan, con unos fusiles “Fal parac”, fusiles de culata rebatible para
uso de paracaidistas. La primera, una salva de tres tiros hacia blancos fijos a
una distancia de 150 metros, de día y a campo abierto. La segunda, usándolos “a
repetición” frente a blancos cercanos. El índice de aciertos era pobrísimo,
pero a nadie parecía importarle, porque NUNCA habíamos estado en guerra, y
parecía ser tan sólo un ritual para cumplir, y además las balas eran muy caras,
como solían decirnos. También participamos en supuestos combates nocturnos, con
balas trasantes (las que dibujan su trayectoria en rojo) que disparaban otros que
no eramos nosotros. Como el lugar estaba
lleno de ratones, tiempo después nos enteramos que un compañero murió de fiebre
hemorrágica, pero eso fue mucho tiempo después.
Entre otras cosas, recuerdo de aquella supuesta formación,
una tarde donde supuestamente nos enseñarían a combatir “guerrilleros” en lucha
urbana. Durante horas, nos hicieron construir una choza con ramas y yuyos con
nuestras manos, después nos dejaron comer y cuando terminamos nos dijeron que
nos metiéramos adentro, apiñándonos como en un colectivo en hora pico. Nos
dijeron que nos numeráramos y que en caso de ataque debíamos cumplir con el
plan de salida de acuerdo al orden numérico. Sabíamos, que algo nos iban a
hacer pero no podíamos oponernos y así esperamos sometidos a su arbitrio.
Pasados unos minutos, nos largaron dos bombas lacrimógenas, justo al centro de
la supuesta “construcción”. Aguantamos lo que pudimos y cuando los primeros
salían, eran golpeados entre risas de los supuestos instructores. Algunos
vomitaron sobre sí mismos tratando de cumplir, pero de todos modos fuimos
castigados por no cumplir con las órdenes.
Del resto del año de colimba prefiero ahorrarles el relato.
Por eso, entre otras cosas, no quisiera haber sido soldado
en la guerra de Malvinas. Porque tenía la intima convicción de que mis hermanos
que fueron enviados a las islas, fueron en las mismas malas condiciones de
instrucción, vestimenta y armamento que yo había padecido. Por eso, esa mañana
cuando mi vieja me despertó, con emoción y una expresión de algo que podría ser
alegría, lo único que atiné a decirle fue: no no no no… y taparme la cabeza con
la almohada, frente a su atónita mirada…..me imaginé lo que sucedería y me puse
en el lugar de mis hermanos.
Pero de todos modos, y poniéndome en el lugar de los que
fueron, sólo tengo para ellos un enorme agradecimiento porque a pesar de todo,
sé que pusieron lo mejor que pudieron por una causa justa, aún en el peor
momento y en las peores condiciones.
Salud y gracias compañeros!
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